A pesar de que La Alhambra de Granada, eclipsa muchas maravillas arquitectónicas, no por ello desmerecen muchas edificaciones históricas, que jalonan la geografía española. Es el caso de la desconocida Alcazaba de Málaga, construida en el siglo XI y que fue el palacio-fortaleza donde los gobernantes musulmanes se instalaron aprovechando un cerro de la ciudad.
Dicen los historiadores, que en la época en que se construyó, el mar llegaba a las murallas bajas de la ciudad, que desaparecieron con el transcurrir del tiempo. Tenemos la fortuna de encontrarnos todo el recinto, bastante restaurado. De igual manera, próxima a la Alcazaba, se encuentra también el Castillo de Gibralfaro, posterior en su construcción a la Alcazaba y construido sobre los restos de lo que fuera el Alcázar de Gibralfaro. Los dos conjuntos nos ofrecen unas vistas impresionantes de la ciudad, las montañas que la rodean y el mar. Ambas edificaciones no están comunicadas entre sí, por lo que su visita debe hacerse de manera independiente. Eso sí, las cuestas son inevitables en ambas y forman parte del encanto del lugar. Se mantiene la duda sobre quien construyó la Alcazaba, ya que anteriormente existía un antiguo recinto amurallado fenicio-púnico. Muchos de los materiales con los que está construida, tienen su origen en un teatro romano que se encuentra a los pies de la Alcazaba.
Aunque las dimensiones actuales de la Alcazaba son respetables, unos 15.000 metros cuadrados actuales, las dimensiones originales del conjunto donde se ubicaba, se han determinado en más del doble. Lamentablemente como en muchas otras ciudades históricas, las murallas que rodeaban la antigua ciudad de Málaga, se han perdido para siempre. Pero observando las imponentes murallas que aún se conservan en la Alcazaba, no es difícil imaginarse como podría ser el escenario impresionante de aquél conjunto amurallado de muros ciclópeos y torreones visto desde el mar. Un deterioro persistente, pero sobre todo la sacudida de un terremoto en 1680 y el bombardeo por parte de buques franceses desde la bahía de Málaga en 1693, en la «guerra de los nueve años«, dejaron para siempre en la memoria un conjunto excepcional de ciudad fortificada.
Sin duda, lo más sobresaliente del lugar, es el poder transportarnos por unos momentos a una época singular de la Historia, sintiendo el ambiente de recogimiento y armonía que reinaba dentro de sus muros y que al igual que en la Alhambra de Granada, parece haberse congelado en el tiempo. Es un regalo para la vista y el espíritu, contemplar las estancias y la atmósfera que parece transmitirse a través de los jardines, testigos de un mundo ya perdido y hasta en cierto modo añorado.
Fueron los romanos quienes nos legaron la cultura del agua, con la construcción de termas para lugares de reunión pública. Pero en el mundo musulmán, el agua adquiere un significado espiritual y no se concibe una construcción, sin su elemento protagonista: el agua como símbolo de purificación. Se hace casi imprescindible la visita a primera hora, para evitar las aglomeraciones y poder sentir todas las sensaciones que nos llegan. El aroma de las flores, el silencio del recinto, el suave y deleitoso murmullo de una fuente de agua o las armónicas canalizaciones del agua que recorren el recinto.
Fue la diplomacia, la que posibilitó en agosto de 1487, la conquista de la Alcazaba y su ciudadela por parte de los Reyes Católicos. Podemos imaginarnos el escenario prebélico con más de 11.000 musulmanes defendiendo las murallas defensivas de la antigua Málaga. El enclave parecía inexpugnable hasta que Ali Dordux, un rico comerciante junto a un segundo mercader llamado Omar Abenamar, se encargaron de negociar la rendición de la Alcazaba y su ciudadela, a cambio de un estatuto de ciudadano musulmán y la liberación de presos musulmanes.
El mundo musulmán llora la pérdida histórica de Al-Andalus y no podemos ser más comprensivos con ellos, porque nos sabieron transmitir y legar un Universo completo de nuevas realidades.