Los océanos con una media de profundidad de más de 4000 metros, y en su punto más profundo, de 11.000 metros de profundidad en la fosa de las Marianas, en el punto llamado «Abismo Challenger»; representan los últimos lugares por explorar de la Tierra. Paradójicamente, se conocen más otros planetas del sistema solar como Marte o el propio satélite de la Luna, que lo que alberga las tres cuartas partes de la superficie de la Tierra.
Ello ha sido debido a que el océano siempre ha sido un medio hostíl para el hombre desde la más remota antigüedad y en la época moderna la exploración de las profundidades oceánicas, supone un gran esfuerzo en inversión en instrumentación altamente costosa por las altas presiones que deben soportar, superiores a 400 atmósferas y su componente de alta tecnología, el alto coste de las infraestructuras para llevar a cabo esa investigación, la climatología adversa, pero también a la escasa tradición en la investigación de los mares, que tuvo su despegue en algunas expediciones que se realizaron en el pasado: E. Forbes, 1844, con The Challenger Expedition, publicando sus resultados en la publicación de Murray & H. Jort de 1912. Y en 1789 la expedición del italiano Malaspina al servicio de España. Casi dos siglos después, destacaría la figura del oceanógrafo francés Jacques Consteau, prestándo más atención a la superficie, más accesible, que a las profundidades. Más recientemente, en 2010, con motivo del bicentenario de la muerte de Malaspina, se circunnavegó el planeta, obteniendo muestras de agua de casi todos los océanos del mundo a más de 4000 metros de profundidad, lo que ha supuesto un hito científico de primer nivel para el estudio de los mares.
Este inmenso ecosistema marino, es ahora el protagonísta de las exploraciones y en especial el océano profundo. Sólo menos de un 0,02 % de las profundidades del mar, están exploradas. Una superficie total similar a la ciudad de París.
Empezanos un nuevo viaje, a tientas, igual de trascendental o si cabe más, para la preservación de la vida en la Tierra, que los viajes al espacio.
El mar, alberga la despensa mundial de la alimentación, es un regulador de primera magnitud en el clima de la Tierra, además de un sumidero de CO2, mayor incluso en capacidad, que el que ejercitan los bosques. En su ecosistema se están produciendo hallázgos fascinantes en campos como la arqueología, la bioquímica, la biomedicina, la biología marina con descubrimientos constantes de nuevas especies. Podemos decir, que los océanos, son una prioridad ahora mismo para la ciencia, porque tiene muchas respuestas a los grandes desafíos a los que se enfrenta la Humanidad actualmente. Más del 50% de los gases que respiramos, se produce en medios marinos con las bacterias, gracias a la luz del Sol.
El mar es una fuente fundamental para la alimentación en el mundo y puede tener un gran potencial como fuente energética en el futuro. Es imprescindible que desde los primeros años de formación, se instruya sobre la necesidad de preservarlo y en consecuencia, de actuar responsablemente. Mirándolo en perspectiva, supone un importante foco de investigación científica para el futuro, que no ha hecho más que empezar. Hay un gran retraso en su conocimiento científico y se necesitan la creación e incorporación de equipos científicos para la ingente tarea de investigación que hay por delante.
EN LAS PROFUNDIDADES…
El ecosistema de los océanos es muy variado y fundamentalmente si nos atenemos a la vida que habita en las grandes profundidades, es de carácter microbiano. El lecho marino está en constante transformación y las especies que habitan este lugar, son de crecimiento limitado por los escasos recursos alimenticios de que disponen, que se basan fundamentalmente en toda clase de sedimentos que les llegan desde las zonas superiores. Estos sedimentos pueden tardar años en depositarse en el fondo marino.
El porcentaje de nuevas especies de microorganísmos que se van descubriendo cada año supera con creces los 2000. Los científicos están saturados de tanto descubrimiento y no tienen tiempo para analizar la vida fisiológica que se desarrolla en cada uno de ellas (descripción o taxonomía), limitándose a investigar el componente genómico. La diversidad de estos microorganísmos, empequeñece la diversidad animal conocida en la superficie terrestre. El reto es hacer un censo de la vida marina y microbiana, en base a estos dos criterios: descripción y metagenoma.
Algunas comunidades microbianas tienen la capacidad de degradar los derivados del petróleo. Otras han creado nuevos metabolísmos, como es el caso de las bacterias que viven en fuentes termales, ya sean frías o calientes. Las investigaciones están centradas más en la vida metagenómica, que persigue identificar genes que hacen cosas diferentes. Las bacterias identificadas en el océano ascienden a alrededor de 900 actualmente, perteneciendo un cuarto del conjunto a una sola, muy abundante y que predomina.
EN LA SUPERFICIE…
El estudio de dinámicas del lecho marino ha revelado que el lecho marino superficial, de menos de 1.200 metros de profundidad, está sujeto a procesos como la convencción del mar abierto por la fuerza que ejerce el viento en las capas superiores de la superficie (profundización de la capa de mezcla por el viento). Por cascadas (grandes extensiones de agua densa y fitoplancton que se hunden hacia el fondo sustituídas por aguas menos densas y ricas) que se precipitan cada cierto tiempo, de tres a cinco años y dependiendo de las condiciones específicas de cada zona, talud abajo con un gran poder de erosión; y por los temporales de viento, que pueden remover el lecho marino hasta 2 metros en zonas menos profundas, destruyéndo los hábitats. Estos tres factores son los agentes que modifican el lecho marino, apareciendo un cuarto no invitado, de componente humano y de nefastas consecuencias para el hábitat del lecho marino: la pesca de arrastre. El ser humano, se convierte así, en un agente geológico de primera magnitud. El relieve marino, integra un vasto número de procesos y eventos del pasado, que permiten interpretar y «leer» la historia de cada lugar. Al menos 4,4 millones de Kms. de extensión de lecho submarino, se han destruido ya y constituye un hecho relevante de transformación negativa del medio oceánico.
Ya desde 1376, se tienen crónicas en Inglaterra, de la práctica de este tipo de artes de pesca destructivas, con la queja de un pescador ante el rey Eduardo III. Y en Francia, ni más ni menos que se les cortaba la cabeza a quienes practicasen este método. ¡Cómo ha cambiado la situación desde entonces!. Pese a las evidencias científicas, se sigue permitiendo esta pesca destructiva, que arranca todo el fondo marino, arrasando con todo el hábitat formado durante quizás centenares o miles de años, y capturando todo tipo de seres vivos que son desechados si no tienen valor comercial (por ejemplo algunos tiburones). Esta pesca está generalizada en todo el mundo. Podemos imaginarnos la destrucción que se está llevando a cabo a nivel global de manera insostenible. Si atendemos a la escala de tiempo en el que estos hábitat se terminan de formar, no se puede decir que esta alteración del substrato y de las condiciones ambientales únicas, sea reversible, puesto que hablamos de cientos de miles de años, para la formación de estos organísmos vivos. El ejemplo más claro lo tenemos en la destrucción de la Posidonia oceánica, una planta endémica del mar Mediterráneo, que antigüamente era muy abundante. La misma suerte ha tenido el coral rojo. La visión de suelos completamente yermos y carentes de vida es cada vez más frecuente.
Pero nuevos desafíos y amenazas se ciernen aún si cabe más graves que la pesca de arrastre, sobre el lecho marino:
– La contaminación por vertidos humanos, principalmente plásticos.
– La explotación minera del lecho oceánico.
La contaminación afecta al 5% a nivel global de los océanos, siendo los animales, los que más sufren las consecuencias. Tortugas, cachalotes, focas y ballenas, los más perjudicados. Los plásticos pueden tardar centenares de años en biodegradarse y con la conjunción de los rayos ultravioletas, se convierten en material altamente tóxico. Cinco zonas geográficas, donde conflúyen giros subtropicales atmosféricos, originan la mayor concentración de desechos plásticos: el Pacífico norte, frente a las costas de California, el Pacífico sur, frente a Chile, el Atlántico central, el Atlántico sur y el Océano Indico sur. Pero la contaminación se extiende a todo el globo, porque las corrientes marinas actúan como vehículo de transporte. La contaminación no es sólo plástica, sino química, y llega hasta los 4000 metros de profundidad. Cabe hacer una especial mención al Mar Mediterráneo, que se lleva todos los troféos. Es uno de los mares más contaminados del mundo, tal vez por su especial geografía cerrada, en la que el ciclo de renovación completo del agua en su interior, tarda más de 80 años en producirse. Esta contaminación se ha disparado con su desarrollo moderno. Los científicos que recogen muestras de sus profundidades, quedan perplejos porque del peso de lo que recogen en sus redes, la mitad corresponde a basura: plásticos, botellas de cristal, bidones de petróleo, enseres humanos, perchas, zapatos…
La segunda amenaza que se cierne sobre los océanos es la incipiente explotación minera que está surgiendo para la obtención de materiales minerales de los llamados «raros», muy utilizados en los componentes de dispositivos tecnológicos. No es ya suficiente con el «fracking», proceso por el cual se explosiona el subsuelo terrestre para extraer gas y petróleo, sino que la ambición desmedida sin pensar en las consecuencias a largo plazo, está llevando a muchas empresas mineras a extraer del fondo marino toda una serie de minerales y recursos energéticos, sin pensar más que sólo en el beneficio a corto o medio plazo, olvidándo a las generaciones futuras.
Tenemos la obligación y el deber moral de pensar en toda la Humanidad que llegará tras nosotros para legarles un mundo sano y bello. Cualquier actuación impredecible y sin ningún estudio de impacto ambiental a largo plazo sobre la explotación de las entrañas de la Tierra, supondrá un camino de no retorno en la degradación de este planeta. Determinados seres humanos, porque no se puede generalizar, son un cáncer para la Tierra y depredadores natos de la misma.