Nueva Zelanda, es como el mito del «Ave Fenix». Resurge una y otra vez, a pesar de sufrir virulentos terremotos como el que aconteció en Christchurch en 2011, que devastó la ciudad, sumiéndola en una desolación difícil de superar. Edificios históricos como la Catedral católica, fueron gravemente afectados y el centro de la ciudad, volvió a recibir nuevas heridas de la naturaleza. El pueblo neozelandés está siempre dando un ejemplo de voluntarísmo, tesón, esfuerzo y patriotísmo por el país, que es un ejemplo a imitar. De cómo la colaboración entre todos, puede obrar prodigios y cambiar una situación trágica, en una lección de altruísmo; del fomento de la comunicación entre grupos de personas que normalmente en otras circunstancias muy diferentes, probablemente no estrecharían lazos tan fuertes entre sí y de establecer sólidas bases de valores cívicos como la solidaridad y la responsabilidad individual para contribuír al bien común.
Fue en 2010 cuando visité este hermoso país, dirigiéndome a la isla del sur, la más bella de las dos grandes islas que componen Nueva Zelanda, un pais de apenas 5 millones de habitantes. Todo el país está impregnado de la influencia inglesa, pero a pesar de ello, tiene su propia identidad cultural bien marcada con dos ramas claramente diferencias: la proveniente de los descendientes europeos y la de la cultura mahorí.

Lola!, un símbolo de esperanza.
En un escenario de pesadumbre y gran incertidumbre, en la que muchos ciudadanos neozelandeses perderían sus casas y sus trabajos, llegaba a la vida en pleno fragor del temblor, Lola, una hermosa niña, que ha sido símbolo de renovación para el país. ¡Lola!, ¡vaya nombrecito!, ¡más español no puede ser!. Y es que, María, la madre de la maravillosa criatura, de nacionalidad británica, es hija de padre español y madre británica.
La costa oeste de la isla sur de Nueva Zelanda, alberga uno de los ecosistemas mejor conservados del mundo. Es una zona con abundantes precipitaciones durante todo el año, que propician una exuberante vegetación. En sus costas, aún podemos comprobar cómo era el estado natural del mundo cuando el hombre aún no habia modificado la naturaleza. No hay palabras para describir esa emoción al contemplar ese espectáculo. Hay que vivirlo en persona. Toda la isla sur, es una escenario lleno de inspiración, con paisajes que sobrecogen el alma humana.

El Pukeko. Foto obtenida de internet.
Las sorpresas en este gran país, se suceden por doquier. Como aquél Weka que se acercaba a mi para que le diera algo de comer, que en apenas un instante me conectó directamente con el Universo. Y mi obsesión por fotografíar al esquivo Pukeko, infructuosamente. Bastaba que me viera el cuello, para salir por patas. Daba igual el lugar en el que los encontrase. Son fascinantes, los endemísmos que podemos encontrar en Nueva Zelanda, tanto de animales, (sobre todo aves), como de especies botánicas. En la actualidad, los esfuerzos para la conservación de la vida salvaje se centran en el Kiwi, un ave de inconfundible fisionomía, por su largo pico, de difícil reproducción.
Atrás quedó la extinción del Moa, un ave similar a la avestrúz en tamaño (3 metros), que vivió en Nueva Zelanda hace 500 años. Aún quedan muchos paraísos en la Tierra, pero son muy vulnerables. Heredamos un jardín y lo hemos transformado en un vertedero de nuestros propios desechos y actividades. Este Post quiere ser mi pequeño gran homenaje a Nueva Zelanda y a su pueblo, que ha sabido concienciarse de los tesoros que alberga y apostar decidídamente por su conservación, manteniendo un desarrollo sostenible y un escrupuloso respeto hacia la naturaleza.

Formaciones erosionadas en la costa este de la isla del sur.

Municipal Chamber. Nelson Land Distric.

Monte Cook.

El bosque lluvioso en el oeste de la isla sur de Nueva Zelanda.

Lagos prístinos alimentados por afluentes de aguas cristalinas en Queenstown.

El Weka que me saludó!.
LA HISTORIA DE MANUEL JOSÉ DE FRUTOS HUERTA
Recientemente conocí la apasionante noticia de que fue un español, uno de los primeros europeos en llegar a las islas, incluso antes que los ingleses y franceses. Se llamaba Manuel José de Frutos Huerta, de origen segoviano, del pueblo de Valverde del Majano. La anécdota no pasaría de ahí, si no supieramos que sus descendientes, al parecer muy numerosos, se han tomado su genealogía con mucha pasión, hasta el punto de querer peregrinar y conocer el pueblo de José de Frutos y empaparse de la cultura española. Estos descendientes no sólo están repartidos en Nueva Zelanda, sino en otros países como Australia, Suiza, Canadá, China o Holanda. José de Frutos fue a Nueva Zelanda buscando nuevos hábitats para cazar ballenas y se sabe que tuvo cinco esposas. Son cerca de 16.000 los descendientes del aventurero español, cuyo clan es conocido como los «Paniora». Todos están deseosos de reencontrarse con sus orígenes hispanos en un país donde su propia historia contemporánea no se remonta más allá de los 200 años. Se sienten orgullosos de sus raíces y quieren reforzar sus vínculos con los descendientes de José de Frutos en España. Que gran historia esta, para estrechar nuestros lazos con este maravilloso país.
Estimado José Carlos:
Agradecemos mucho su entrada y sus amables palabras de aprecio por Nueva Zelanda. Nos alegra que haya disfrutado de su visita a Nueva Zelanda, en particular Te Waipounamu y la Isla Sur.
Atentamente,
Raúl Baigorri Guerra
Policy Officer.
New Zealand Embassy Madrid| Te Aka Aorere