¡Volar!

Invadidos por las prisas y el rítmo frenético de lo cotidiano, experiencias como el volar o contemplar la inmensidad del mar, marcan un antes y un después.

Contraportada AC.

Texto publicado en la edición número 2 de la revista catálogo Artesanía en Casa, correspondiente al año 2000, revista editada por el autor.

Son momentos intemporales en los que la realidad desborda a la percepción de los sentidos. Es entonces, cuando alcanzamos a comprender la verdadera dimensión de la aventura humana, en la que las eternas preguntas que siempre han acompañado a la Humanidad, surgen con más fuerza.

Desde aquella diminuta ventana, las preocupaciones mundanas se diluían en un reino ignoto y secreto.

Por momentos, las nubes te permitían contemplar un horizontes extenso de campos de algodón que no tenían fin. Era un paisaje virgen que nadie habia explorado.

En algún instante, ese velo blanquecino se disipaba dejándonos al descubierto hermosos tonos verdes y serpenteantes lineas blancas.

 

Mis condicionamientos mentales se ensancharon cuando contemplé la Tierra recortada sobre un vacío negro e inquietante; sin embargo, las ricas tradiciones de mi país, me habían determinado para mirar más allá de las fronteras y los prejuicios elaborados por el hombre. No es necesario emprender un vuelo espacial para concebir esa sensación.

Rakesh Sharma. Cosmonauta indio y héroe nacional de la India.

Lo que más me impresionó fue el silencio. Era un silencio inmenso, distinto de cualquiera que hubiese conocido en la Tierra, tan vasto y profundo que comencé a oír mi propio cuerpo: los latidos de mi corazón, las pulsaciones, mis vasos sanguíneos e incluso parecían audibles los leves frotes de mis músculos moviéndose unos sobre otros. Había en el firmamento más estrellas de las que esperaba ver. El cielo era negro intenso, pero al mismo tiempo, brillaba con la luz del Sol.

Alexey Leonov. Astronauta ruso.

Todo comenzó con la experiencia imponente de ver el planeta Tierra flotando en la inmensidad del espacio: la increíble belleza de una espléndida joya azul y blanca flotando en un vasto cielo negro. Tuve una experiencia religiosa cumbre, en la que la expresión de la divinidad se hizo casi palpable y supe que la vida del universo no era un accidente basado en procesos casuales. Este conocimiento, que me llegó directa e intuitívamente, no era cuestión de razonamiento discursivo o de abstracción lógica. No venía deducido por la información perceptible a través de los órganos sensoriales. La toma de conciencia era subjetiva, pero era un conocimiento tan real y convincente como los datos objetivos sobre los que se basaba el programa de navegación o el sistema de comunicación. Predispuesto como estaba a una búsqueda intelectual, tuve de repente una visceral y profunda sensación de que algo había cambiado, una finalidad que se encuentra más allá de la capacidad de compresión humana; asumiendo que de repente surgía en mí un modo no racional de comprender aquello que estaba más allá de toda mi experiencia.

Edgar D. Mitchell. Tripulante del Apolo XIV.

POST RELACIONADOS:

Un Horizonte sin Fin

La Proéza de Felix Baumgartner

ACTUALIZACIONES:

PERSUASIÓN. Sobre el caso de Alfonso Fernández.